lunes, 17 de junio de 2013

Hombre: Espíritu, Alma y Cuerpo

El espíritu
El espíritu del hombre es el lugar en que establecemos toda comunicación con Dios. (Rom. 8:16; 1 Cor. 14:14). El espíritu (de quien ha sido regenerado) tiene tres funciones principales: conciencia, que discierne lo bueno y lo malo (1ª Cor. 5:3; 2ª Cor. 2:13), intuición, con la que se sabe y se sienten los movimientos del Espíritu Santo (Mr. 2:8; Jn. 11:33), y la comunión, con que se adora a Dios (Jn. 4:23; Rom. 1:9). Estas tres funciones están profundamente ligadas y operan coordinadas.
Antes de la caída, el espíritu del hombre era la parte más noble de todo su ser, y tanto el alma como el cuerpo le estaban sujetos. Por el espíritu, Adán percibía a Dios, y tenía comunión con él. Pero con la caída, el espíritu murió, perdió el control y la comunión con Dios, y comenzó a vivir por el alma. El espíritu del hombre quedó bajo el poder y la opresión del alma, hasta quedar fusionado con ella.
Con el milagro de la regeneración, Dios comienza a recuperar su lugar en el hombre, pues viene a habitar en su espíritu, ahora revivido. (Jn. 1:13; Tito 3:5; Rom. 8:16; 1ª Cor. 6:17). El propósito de Dios es que el espíritu recupere el gobierno sobre el alma, y a través de ésta, sobre el cuerpo.
La vida del cristiano necesita ser gobernada por el espíritu. De aquí surge una lucha entre el alma y el espíritu, y como en toda lucha, vencerá el que es más fuerte. Si es más fuerte el espíritu, y tiene control sobre el alma y el cuerpo, será un cristiano espiritual; si, por el contrario, el alma (aliada con los apetitos del cuerpo) es quien tiene el control, será un cristiano carnal.

El alma
El alma, ubicada entre el espíritu y el cuerpo, es la sede de la personalidad del hombre (Dios lo creó un «alma viviente»). El alma es un reducto inalienable, el cual ni siquiera Dios puede violar. Allí en el alma el hombre tiene todo el poder de decisión.
Cuando Dios creó al hombre, quiso que su espíritu fuera como un amo, el alma como un mayordomo y el cuerpo como un criado. El amo encarga asuntos al mayordomo, quien a su vez ordena al criado que los lleve a cabo. Sin embargo, con la caída, el alma se erigió en amo, y el espíritu se adormeció. Se rompió la comunión con Dios. Un hombre sin Dios tiene, normalmente, en función sólo el alma y el cuerpo. En cambio, uno que ha nacido de nuevo puede volver al diseño original de Dios: espíritu, alma y cuerpo.
El alma tiene que dejar de ser amo y volver a ser mayordomo, porque hay el peligro de que el espíritu quede oprimido (es el caso de los que son «niños en Cristo»). El alma también puede retroceder a ser esclava del cuerpo, en la inmundicia, lascivia, etc., o ser influenciada por el poder de las tinieblas, sea con la sabiduría terrenal, o con visiones y sensaciones sobrenaturales que la estimulan.

El cuerpo
Para que la salvación de Dios sea completa debe alcanzar al cuerpo. Aunque la obra de Dios comienza en el espíritu, y sigue con el alma, también debe expresarse en el cuerpo.
La importancia del cuerpo es evidente por cuanto Dios fue manifestado en carne. El Verbo se hizo hombre, lo cual permitió la salvación del hombre y la derrota de Satanás (por eso los espíritus inmundos no pueden confesar esta verdad).
El cuerpo del Señor Jesús en la tierra fue el templo de Dios (Jn. 2:21); hoy el cuerpo del cristiano también lo es (1ª Cor. 6:19). Uno de los mayores pecados (la fornicación) se asocia con el cuerpo, porque significa tomar un miembro de Cristo y hacerlo miembro de una ramera (1ª Cor. 6:15).
El cuerpo tiene necesidades, las cuales deben ser suplidas; no obstante, esto no significa gratificar el cuerpo. Si el cuerpo es complacido cada vez, se volverá un amo con más y más exigencias, y dejará de ser un siervo. El alma también se verá envuelta en sus apetitos y caerá en el hedonismo (búsqueda del placer).
La consagración del cristiano ha de comenzar por el cuerpo, el cual es presentado como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Luego, el entendimiento, el alma, es renovada, y la voluntad de Dios puede ser comprobada en el espíritu (Romanos 12).

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